jueves, 15 de mayo de 2014

b de bienal /arte, política y afecto/

Apuntes epistolares en torno a la 30bienaldeartedesaopaulo


(una introduccion)

Buenos Aires-Brasil (Sao Paulo, Río).
Un viaje apresurado. Un nosotros incipiente.
Una apuesta. Un riesgo.
Una Bienal, sus bordes, sus restos.
Impresiones, charlas. Su evocación.

Otro viaje.
(Entonces) la distancia (oh).
Los desbordes, las derivas de la Bienal (del arte, la política) nos convocan y aúnan.
 (Entonces) la carta
-como remedo imposible, creación, afecto-

Arte. Politica. Afección.
Promesas inminentes:
el arte como política de la afección,
el arte como la afección politizada.
El arte como política (des)afectada, forcluida.
Y nuestro afecto entramado por/en las (pretendidas, presuntuosas) politicidades del arte.




I
Mi querido
A 1.600 kilometros de distancia
Recuerdo nuestro viaje para recordarnos
Y pienso en ella (la Bienal) para pensar en vos (mi amado)

Por empezar, te diría, que
me atrae la propuesta de esta (trigesima) bienal de que el arte funcione como "constelación"
porque así propone un diálogo
una genealogía

si nos perdemos de esos diálogos que generan las obras
el arte no tiene demasiado sentido
(dejando de lado el problema de si el arte tiene un sentido, y en tal caso, pensar qué sentidos creemos que tiene. O si acaso el arte es un sin sentido, una inutilidad y ahí es que recuerdo, allá lejos y hace tiempo, mi primer teórico de Antropología y sociología del arte-quien diría que años después esa materia sería la que en algún punto nos uniría-donde Grüner, con su gesto tan provocador enunció: “el arte no sirve para nada” y en aquel entonces esa frase me cayó como balde de agua fría)

y, pensando en los diálogos, es claro que uno no puede dialogar con todas las obras
ni puede identificar qué dialogos establece esa obra con otras
o con historias
o con pasadospresentesyfuturos
(y nuestro propio dialogo en torno a ello)
y pensar en el diálogo implica pensar entre quienes, o entre qué y qué,
y reflexionar incluso sobre la necesaria relación adentro-fuera:
(ya que)
/estuvimos adentro sintiendonos afuera
estuvimos afuera sientiendonos adentro/

por ejemplo, ese afuera-dentro/sao paulo/bs as
que construyó sonoramente Leonardo Tartaglia en su obra
(¿tuvimos que irnos a Brasil para conocer a este artista argentino?)
 “Todo en tu mente” .

recuerdo que te quejaste del título,
y sin embargo yo lo defiendo
porque esta obra que une el espacio presente con un tiempo construido
con un otro espacio imaginado
y con la historia politica/arquitectonica de San Pablo
y con nuestras propias conexiones, sensaciones
y ese irrepetible sincronismo que se da en el viajar por combi y el escuchar y ver,
me llevó a concientizarme de las conexiones multiples de la mente, experimentar las constelaciones que produce

pienso que quizás el problema del título sea el provocador Todo
y claro, vos sociólogo, que me vas a decir
"no todo en está en la mente" y claro que no todo
(de hecho la obra lo demuestra bien al denunciar las especulaciones inmobiliarias del barrio Brooklin...)


II

Dejando de lado, decís, el problema del sentido/sin sentido, y es que “vos sociologo, claro”, también decís, y me inquieta, sobretodo, el “claro” de tu frase. Porque qué sería lo claro (lo inevitable) para un/todo sociólogo (y justo “todo”, esa palabra que decís, claro, me incomoda) ¿La pregunta por el sentido? Y si, claro. Entonces, como dejarla de lado, como la dejás, y sobretodo para mi un (más difuso que claro) sociólogo.

Y es que el sentido, o sea, esa configuración compartida de una interpretación, o afinidad, o estimulo, o intuición común, no es otra cosa (no puedo verlo como otra cosa), y sé que pensás lo mismo (más allá de este tuyo circunstancial abandono), , que eso llamado política, o, mejor, lo político de una/toda obra (y no sólo) de arte. Y digo esto, y recuerdo que según se dijo la anterior Bienal fue la dedicada a “la política” (por ende -¿?- ésta no)

Para intentar empezar a contestarte te transcribo unas notas que escribí allí mismo en Brasil (¿por pereza? puede ser: es la una y veinte de la mañana acá en Córdoba, y te extraño), notas espontáneas que aunque un poco virulentas, sin una contrapartida halagosa, que aparece apenas esbozada, y que podrán (deberán) ser ampliadas, releyéndolas, así todo, no están tan mal, como malamente su caracterización de “espontáneas”, podría suponer. Y que incluso, para colmo, tienen que ver con lo dicho (por vos, y luego, ahora, por mí). Aquí van:

El arte (aquí exhibido) primordialmente se ubica al borde, o en el medio, encrustado (y por su carácter de “borde”) de eso llamado “arte” (lo disruptivo, pienso, y una vez más, vuelto norma) Y busco alguna clave, alguna llave que abra/cierre sentido, voy al nombre de esta Bienal: La inminencia de las poéticas. Aunque no dejo de ver (en lo aquí exhibido) una anti-inminencia. Es decir, nada –entiendo, percibo- está por suceder. Se sabe (y he ahí un gesto perverso, del que sabe y hace como si no supiera) que nada va a ocurrir con estas (y otras) poéticas, con las (digamos, apocalípticamente, casi todas las) poéticas contemporaneas. Este saber, se ha constituido, afianzado, naturalizado, y esta muestra no hace más que consolidarlo en sus caracteristicas “naturales” (cual triunfo ideológico): materiales de poca duración, “no artísticos”, sentidos opacos, opacados, o explícita, aunque también implicitamente nimios, con guías (encargados de sala, o algun otro eufemismo por el estilo) más preocupados en decir “no tocar” (lo que evidentemente parecía ser más para ser tocado que visto –logicas de la contemplación a-participativa hegemonizadas y aquí exacerbadas, salvo contadas y honrosas excepciones-), que en intentar “darle algún sentido a todo esto”, o sea, más vigilantes que guías (aunque claro, la polisemia no debe ser “guiada”, eso sería “arte político”, y del peor –aclaro, estoy siendo, o intentando ser, irónico-)… Y de repente el mundo, un afuera, y no solo desde el “afuera” propiamente dicho, en donde un grafiti señala que la inminecia es la de la ciudad (y sus “impurezas”), y no la de las (estas) poéticas . No, un afuera (es decir, un poco de aire, de intercambio de flujos) en ese adentro que es la bienal (emplazada en una gigantesca caja edilicia, para aguzar su registro autopoiético –Para eludir decir, ensimismado-): un argentino reune dibujos de un test laboral-psicológico pedidos a un departamento de recursos humanos; un turco proyecta escenas laborales donde el hombre es -ha devenido- máquina, y no celebrandolo alla Vertov, sino evidenciando (una vez mas, sin dejar de ser nunca suficiente) alienación, hiperalienación; otro argentino sacandonos a pasear en una combi haciendo de la ciudad una experiencia estético-política, unos chilenos, un peruano, unos brasileros . “La inminencia de las poéticas… Lo que está a punto de acontecer, la potencia comunicativa”, sugiere el curador, Luis Pérez-Oramas, en el programa. Aunque el cúmulo también de singularidades vuelve impotente la propuesta disruptiva (Aunque nos preguntamos –una vez más- ¿el arte debe ser disruptivo? Aunque ¿puede no serlo? O en tal caso ¿debe –porque de ética, responsabilidad estamos hablando- disruptir qué o cuál cosa?). Cúmulo de singularidades entonces, y singularidades fragmentarias, fragmentos de una insospechada –ocultada- Unidad. Pero aunque parezca paradójico, la fragmentariedad acumulada vuelve impotente incluso la lógica del fragmento (que es lógica, o sea política, y por tanto emplazamiento, zona, comunidad, más no sea conceptual –no todo precepto posmoderno, claro, es deshechable-, y no un fragmento aislado, entre otros fragmentos –o sea, una cosa es la lógica del fragmento, otra la del cúmulo-) Por último, como te dije, leo por ahí que la anterior (bienal) fue, dicen, “política”. Ésta, entonces, y como contra-señalamiento, no. Y creo que efectivamente es así, digo, si entendemos por política una suerte de impetu, proposición de estar y ser con/por/para otros, y de repente nos encontramos (aquí) con todas estas formas (poéticas) que se ensimisman, y/o que reclaman una interlocución intepretativa de algún expertise… Claro, me dirás, una política de la des-política (y dicho así, claro, se vuelve un asunto más serio, por profundo, y por peligroso) Las políticas dialogan, batallan con políticas, y no con enunciados pretensiosos de algún gurú… Una obra que está fuera de la Bienal hace explícita esta falla (más como quiebre que como error, claro) Un árbol espinoso y raído de metal tiene como epígrafe “Árbol genealógico de la riqueza de Sao Paulo”, y la reflexión metafórica sobre formas de la dominación resalta sintomáticamente la falla, la falta (esta vez, más como culpa, que como ausencia)

III
Tu escritura gonzaliana (¿?) me abruma
Me demanda más tiempo que el habitual
Porque es medio laberíntica y no deja muchos huecos para respirar.
Algo así, creo, sentí cuando me leíste tus poemitas (que aun hoy considero horribles)
No recuerdo la palabra que te dije para identificar lo que me causaban…
Creo que era tenso…o denso
Te gusta generar tensiones y reclamás un arte tensionante
Y yo, si bien digo “dejando de lado el sentido/sin sentido” espero, no hacerlo…y espero que esta pregunta este latente en estos intercambios.

Sí, las obras deben dialogar entre ellas, (“constelar” diría el señor curador venezolano?)
Y, sí, también, fundamentalmente, con su “afuera”,
y ese árbol (afuera) “dice más” o “dice mejor”(?). Sin caer por esto en un elogio al realismo o denuncialismo
O en el debate (¿fue realmente un debate o la historia lo recompuso y simplificó de tal modo?) de Adorno vs. Benjamin (ya te dije -arriesgadamente, volviendo de la playade Leme- que pensaba que no se podía reducir la propuesta estética de Benjamin a su célebre y rimbombante frase final de “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”) sino que, más allá de las dicotomías en torno al rol del artista, debemos también pensar en nosotros, los “espectadores”-y aquí una gran dificultad de nombrar(nos) a aquellos que podemos y queremos “ver” obras de arte...( ya sea en museos, bienales, calles o instituciones varias-como aquél enorme banco de Río al que entramos y vimos la exposición de un fotógrafo (Damm?) medio dos-más-dos del fotoperiodismo, en fin… ya sabemos que el arte (ya) no sólo está en los museos, pero no precisamente porque este en las calles o en la vida, como se reclamaba allá por el principio-de-mil-novecientos, sino porque ahora sirve para que algunos puedan “lavarse la cara” y desembarazarse de algunos impuestos)- debemos también pensar, decía, en la responsabilidad de las personas en tanto espectadores/consumidores/observadores -y ninguna palabra es justa, y creo que “espectador enmancipado” tampoco serviría (pero lo digo a “boca de jarro” porque no lo leí aún -y quizá ahí puedas ayudarme- y, en caso de que tampoco sea justa, reclamo urgentemente a los “teóricos del arte” el hallar una palabra más adecuada para nombrar a aquellos que se enfrentan-que nos enfrentamos- a la obra).
Vuelvo, entonces, a algo que me interesa bastante (o al menos a eso me dediqué a fotografiar la Bienal) que es la responsabilidad del “espectador” (llamemosló así por el momento…).
Primero pienso simplemente: ¿quiénes van a “ver” arte, en este caso, a la bienal? La respuesta es obvia si las respondemos teniendo en cuenta las condiciones materiales de existencia… pero deberíamos poder ir más allá (teniendo esa variable como punt de partida, claro). Luego ¿cómo se habita ese espacio, o sea, como los espectadores “contemplan” o “interactúan” en el mejor de los casos, aunque ya vimos que no era la actitud predominante (ni te cuento la tentación que tuve  de tocar todo lo hecho por Artur Bispo do Rosario, tentación de probarte esas camisas, de acostarme en esa cama bordada, de desentrañar esa maraña de objetos…).  Y en respuesta a esto vimos una gran (y obvia) mediatización dada por cámaras y celulares, poca invocación al sentido del tacto como dijiste, y vimos, fundamentalmente, como continua la hegemonía de la visualidad (y una vez más rescato el alivio sensorial que fue participar-palabra que suena ideal casi para hablar de la relación entre obra/espectador-de la propuesta de Tartaglia donde también implicamos nuestros cuerpos, nuestros oídos)…en ese sentido puedo decir que la Bienal me desilusionó, ya que en mi imaginación frondosa sería un lugar abierto, lleno de artistas de cuerpo presente, de propuestas varias y donde lo dominante no fuera el arte visual (incluso recuerdo que  soñamos con llevar “algo” ¿te acordás? Como si fueran a dejarnos exponer nuestro “algo”).
Bueno, intentaba decir entonces, que más allá de criticar la organización, la curaduría, las propuestas artísticas, los “guías” de sala (y me interesaría profundizaras eso de si guiar es más “político” o menos “político” y el qué hacer frente a la polisemia, pero de hecho había "visitas guiadas” de las que no participamos, y ahora pienso hubiesen estado bien…) debemos pensarnos, digo, en tanto espectadores (con comillas).
Es nuestra responsabilidad (y vicio) reclamar y criticar, pero también creo necesario autocriticarnos o, pensar como lo hace Sartre (en una frase que me rebota mucho estos días y que incluso relacioné con tus últimas reflexiones en torno a la responsabilidad) “el hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Que nos “hacen” las obras, los artistas, los curadores, los guias de sala, los periodistas cuturales (pensando en aquellas notas que leímos antes de viajar en el suplemento Radar o en la Ñ) y que hacemos nosotros con ello.





IV 
(en respuesta a esa conversación telefónica Bariloche-Costa del Este…) 

imagino a Artur Bispo do Rosario como alguien que vive la experiencia artística frenéticamente
como una necesidad irremediable
como alguien que no distingue la esfera autónoma del arte (…será entonces a-moderno?)

su colección artística (o devenida artística...) de zapatos, camisas y medias convive con sus bordados de extremo trabajo artesanal (que justifica su categoría de artista ante aquellos que crean que el arte implique una suerte de destreza técnica)
Bispo do Rosario es el gran coleccionista pero no hace  del coleccionar una forma de obtención de un capital simbólico
sino que pareciera poseer una necesidad vital de apropiarse de los objetos
ya sean curiosos o bellos o desechados o cotidianos
y tampoco toma objetos con un gesto conceptual duchampiano de llevar la vida cotidiana al museo, aun considerando ese gesto duchampiano como un gesto fundamental en la historia del arte, creería que do Rosario hace el movimiento inverso
llevar el museo a su vida cotidiana
su vida como  una gran colección/exposición
tampoco colecciona esos objetos para denunciar al museo como un mero espacio legitimador (aquello que Dickie llamaría la “institución del arte”) pero hoy (ya muerto) su arte está en este espacio y es reconocido (problematicamente) como una suerte de  artista maldito.


Este artista  sirve a la conocida figura/tipo ideal del "loquito artista", que nos calma la  incomodidad social del no poder descifrar esos signos, ese modo de existencia
…me pregunto si acaso un "loco" puede hacer con su locura una obra de arte, una reflexión sobre su misma condición, como hizo do Rosario con su colección de bordados donde figuran los nombres de cada hospicio por el que pasó en su vida...

Me es inevitable poner en serie a Artur bispo do Rosario con aquellos artistas que hace un tiempo intento (primero) pensar  para luego escribir algo a los que me gusta llamar "artistas vitalistas"
(y no con la otra serie posible que sería la que lo enfila con “los artistas locos e incomprendidos” como Van Gogh…
porque -quizá casi sin quererlo- unen arte y vida (en realidad decir “unen” implica pensar que ese gesto es consciente, intencional, premeditado,
mejor sería decir que viven la creación como una cosa cotidiana)
no “van” a hacer una obra algún lugar (a un taller o una academia) sino que, pareciera, tropiezan con el acto creativo en cada instante
me gusta imaginar sus casas, su forma de vida, poblaba por aquello que transmiten sus obras
como los collages/pinturas/instalaciones de Catalina  León donde conviven "materiales artísticos" con cotidianos, como una cascara de banana o un pedazo galletita 
(quizá sea sólo un efecto buscado, pero me gusta pensar que ese fue su alimento durante el acto creativo)
o los videos de Jonas Mekas[4] donde ocurre la vida misma
pero no como mera exposición
sino con la consciencia de estar creando,
la evidencia de estar filmando y al mismo tiempo viviendo

V

Me gusta como me definis, así mismo creo que es algo exagerado, ya que se acerca a cierto –digamos- ideal, a cierto (auto e infausto)”mandato”: generar tensiones, reclamar tensiones (en/al arte, por ser de lo que estamos, entre otras cosas, y ahora, hablando). Y he ahí la escritura laberíntica, pretendiendo no sea mero gesto, mero y estúpido gesto auto-prestigiante en/por su propio barroquismo (prestigiado por la arsitocrática razón de ser ininteligible) No. Laberinto en tanto –pretendo- necesidad de ser escudriñada –la escritura- en un tiempo que no es el vertiginoso que se nos impone. Laberintica entonces una escritura en tanto implique someterse al tiempo necesario para desentrañarla. O sea, que sea –la escritura- una propuesta –tambien, sobretodo- temporal, que sea, una discusión sobre el tiempo, entendiendo a esta discusión fundamentalmente política. “Tomarse el tiempo”, casi una frase guerrillera para la apología contemporánea al instante. Aunque claro, siendo que somos bichos del tiempo en que vivimos, somos –en el mejor de los casos, el sartreano, por decir- lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros, o sea, seres en perpetua “disponibilidad”, seres eternamente conectados, siendo que somos algo de eso, que tenemos al vértigo como el impetu vital (siniestro, pero es así), demorar demasiado la palabra, su inteligibilidad, puede ser también sinónimo de incapacidad de vínculo, o sea, que nadie nos lea, que por demasiado intrincados, demasiado “demorados”, se nos abandone en medio del vital jueguito laberíntico. He ahí otra de las tensiones con las que convivo.

     Pero acaso esta no es también, no debe ser acaso, la retórica del arte, el sino de su politicidad. Ser, en tensión: exceso o falta, nunca concordancia. Y allí tu reclamo, tu virulento (si no lo fue, debería serlo) reclamo a los teóricos del arte, a los así llamados “teóricos del arte”: inventen –carajo- nuevas palabras, que se ajusten al desajuste intrínseco entre quien ve y quien hace, entre quien propone y quien dispone, entre quienes construyen –juntos- sentido, dialogan, con el mar de fondo de una transformación anhelada, de un susurro estremecedor (y nunca dejamos de hablar de cuerpos) ¿Espectadores, emancipados, emancipables, en estado de emancipación constante, de emanciapción cliché, practicantes, participantes, consumidores, un tornillo más dentro de la máquina más prometedora y abúlica? Aunque también ¿artistas-tornillo? ¿obras-tornillo? (sin despresitgiar, claro está, el fundamental papel de un -todo- tornillo, pero que sabiamente –a diferencia de otros- no se cree más de lo que es)

Y me pregunto, me sigo preguntando    : ¿para qué (sirve) una Bienal? Su propia lógica, la del cúmulo, cual muestrario, atlas, carta de ristorante del arte contemporáneo, impide (entre otras cosas) “conocer” a un artista, a una obra, y así, conocer-se, reconocer-se, siendo que “(re)conocer” es dialogar, poder ingresar en las lógicas internas y externas, o internas/externas de un artista, una obra, de quien mira (consigo mismo): qué discute, qué emula, homenajea, se enfrenta, (in)referencia; y que tal “conocer” (y con esto también quiero decir: penetrar, asimilar, hacer carne) no se hace sino a través de/con tiempo, y claro, espacio. Y hablo tanto de una obra –realizada en un tiempo/espacio determinado, suficiente-, como de un artista, pero claro esta, también de aquellos que la/lo “contemplan”. Lo contrario sucede, o sea, la des-experiencia, y así su despolitización, al incluirlos/incluirnos en la lógica del espectáculo, la de la espectación cosificada, o en la de su sucedánea histérica, la del zapping, es decir, una lógica no solo espectacularizada, sino vuelta un flujo excitado de puro y nimio consumo. Claro está, que en mi “reclamar tensiones”, no puedo menos que “reclamar” que una Bienal, ésta Bienal, no abdique ante ellas (¡ante ellas no!)

Y si bien, como a vos, un halo desilusionante  me albergó en mi primer visita a la afamada bienal de sao paulo (y por lo anterior, lo de la lógica del cúmulo y demás, por más inminencia prometida), pienso en contra ejemplos, (solo) para que no me consideres un pesimista consumado del arte contemporáneo. Uno dentro de la propia Bienal, otro con algún vínculo. (Contra)ejemplos que aunaría (y para proponer algo) en lo que se podría denominar (y de modo no muy sofisticado) “lógica del largo-aliento” (hasta encontrar nombre más canchero)




VI
Comienzo por descartar tu última palabra: canchero. ¿Para qué un nombre canchero? ¿Qué es un nombre canchero? ¿Un nombre canchero… seria un nombre acorde a esta época, a esta época y su temporalidad veloz que acaso esta(mo)s criticando? La “lógica del largo-aliento” me parece un nombre adecuado por varias razones: una porque es un “nuevo nombre” y sacia mi sed de ese arrimarse al “dar nuevos nombres a las cosas”-en este caso crear una categoría para las obras de arte-y por otro lado, porque reúne dentro de sí una concepción de la temporalidad: lo largo en tanto trascendencia(?) (y me gustaría también pensar que puede incluir la temporalidad bergsoniana, la duración, el tiempo vivido) y porque con “aliento” incluye también al cuerpo, detalle no menor de la subjetividad que solemos “olvidar” o que fue comido por ese (oximoronico) “cuerpo virtual” (si es que pueda existir algo de tal calaña…) y por los largos (y pesados) años del racionalismo. Entonces retomamos esa necesidad planteada por la fenomenología de “volver al cuerpo” (y por eso es que aun considero valioso rescatar la vitalidad-aquella vitalidad que, como te dije antes, considero que poseen ciertos artistas-).
Pensar la temporalidad en el arte me parece un convocante que-hacer. ¿Qué temporalidad experimentamos al estar frente/en/con una obra de arte? Pensar la temporalidad del creador (el acto de crear conlleva una temporalidad muy particular, de esas en que se borronean el espacio-tiempo socialmente pautado, incluso -en mi caso al menos- se borronean ciertas necesidades básicas como el hambre o el sueño) y la temporalidad del espectador enmancipable (dejemoslé ese nombre por ahora). Entonces, concreta y simplemente, recuerdo el primer día en que visitamos la Bienal- donde cada uno la recorrió en soledad ya que estábamos peleados- y todo lo que allí había para “ver”: los cuatro pisos (nunca llegué a terminar el tercero ni subir al cuarto), no se cuantos cientos de artistas (de distintas disciplinas y culturas), un hermoso y tentador paisaje que se colaba por los inmensos ventanales, gente, algunos de ellos espectadores enmancipables, otros trabajadores (y los dos sabemos cuanto nos gusta detenernos en observar a “la gente”), en fin…la sensación más intensa que pude sentir fue la de agobio. Cuando llegué a la tan ansiada sala del tercer piso donde estaba Bispo do Rosario ya no tenía fuerzas para detenerme, para –justamente-“darle el tiempo”, (ni los ojos, ni las manos, ni los pensamientos necesarios) simplemente estaba agotada. Por suerte volvimos y claramente el segundo día ví menos y mejor (y además ya no estábamos peleados). Se aplicaría aquí el dicho “el que mucho abarca poco aprieta” (uno de los pocos dichos que banco a muerte). Entonces con la Bienal uno debería acaso haber sido responsable y “darse el tiempo” de visitar un piso por día quizá? (igual estoy a favor de saltearse aquellos artistas que no nos interesan para nada, aunque sea por puro prejuicio).
Y ya que de pensar la temporalidad se trata, no puedo menos que recordar nuestra fugaz visita al MAC de Niteroi -que lindo suena Niteroi, parece japonés, aunque es tupí y significa "agua escondida", (y esto me hace pensar en la hegemonía idiomática, ya que primero pensé en un idioma tan lejano como es el japonés y no en un idioma tan cercano como es el-hasta hace poco desconocido para mi- tupí de los indígenas brasileros)-. El día anterior había muerto Oscar Niemeyer a los 104 años…compramos el diario O día y leyendoló en la praia de Ipanema nos enteramos de datos de su vida (como que era comunista y murió “pobre”). Llegamos al MAC seis menos cuarto sino me equivoco… y el museo cerraba a las seis. Su arquitectura era tan impactante (supuestamente Niemeyer se inspiró en una flor pero para mi era más bien un plato volador) que casi uno no tiene ganas de entrar pero recuerdo que pensé: 1) “que honor ser artista y que tu obra se exponga en este museo” y 2) “espero que las obras de arte que estén ahí adentro se correspondan con su arquitectura”,  y la (triste) verdad es que no. Los diez minutos que teníamos para recorrerlo -y que pensamos que eran “poco tiempo”- fueron suficientes. Corrimos por los pasillos circulares a gran velocidad, y siempre era más interesante mirar por la ventana el paisaje (esas islitas, Río de Janeiro, el mar) que los cuados abstractos y geométricos que colgaban en las paredes. ¿Podríamos decir entonces que las obras que allí estaban no eran de “largo-aliento” o que acaso nosotros no les dimos el tiempo suficiente?






VII
Me alegro te haya gustado lo de “lógica de largo-aliento”. Pero te gustó (aparentemente) tanto, que te me adelantaste, y me escribiste antes que te envíe mis mentados contra-ejemplos. E hiciste bien.

Efectivamente tiempo y cuerpo parecieran fundamentar esta supuesta lógica que modestamente intenté convocar. Y decís algo que condensa ambos conceptos: “volver al cuerpo”, desde un presente que remite a un pasado anhelando un futuro… coproral (y pienso en la recuperación y resignificación del concepto de “anacronía” que hace Didi Huberman, no como algo demodé, sino dado a un tiempo “fuera de quicio”, un tiempo que no responde a la lineal “eucronía”, dice, Didi); aunque me permitirás preguntar, ¿cuándo es que se había ido? Una pregunta que excede nuestra conversa sobre arte, pero solo aparentemente, y que me remite a dos personas que admiro (por razones diferentes) A Aníbal Troilo, respondiendo al “dicen que me fui del barrio…”, chicanero e insoportable para un tanguero, con un “pero cuando, cuando, si siempre estoy llegando”. O sea, del barrio no nos libramos tan fácilmente, “lo llevamos adentro” (apuntan desde la popular) Y a Eduardo Grüner, que se hace una pregunta similar, ante el decir de algunos, de que en estos años (kirchneristas) volvió la política. Y entonces, la pregunta de Grüner, que podría derivar de tu (fenomenológica) consigna de “volver al cuerpo”, pero que se la hace desde el supuesto “volver de la política”, es la siguiente: ¿volver?, si nunca se había ido.  Nunca se fue, diría, “solo” que fue una política (con la irresponsabilidad de decir “solo”, ante las consecuencias arrasadoras de tales “políticas”), fueron un grupo de políticas (claro, las neoliberales), desvastadoras (una vez más) del cuerpo social, de su capacidad de lucha, de su esperanza, convirtiendonos en espectros, en fantasmagóricos actores de nuestra propia desintegración. O sea, había política, y lo que vuelve ahora, no es “la política”, sino otra política, que incluso (y esto lo digo yo) es la que permite pensar (y es esto lo entonces celebrable, anhelado) otro tipo de cuerpo, otro tipo de sujeto, no descentrado ya del cuerpo social del que forma parte, ni de la historia de la que forma parte, pasada y futura, el que en el presente puede enunciar una (re)vuelta, tiempos (y cuerpos) que se encuentran, experiancialmente.
O sea, el volver del cuerpo, es, si me permitís, también, como en Troilo y Grüner (que dirían pero dónde, cuándo, a dónde es que se había ido), un volver de cierto tipo de cuerpo, de cierta configuración del cuerpo, que no puede (y esta es mi hipótesis, nada original) estar desasociado a un (“volver” de cierto) tipo de política, a un modo de pensar la política, sobretodo, hecha por cuerpos, para cuerpos, desde cuerpos, hacia cuerpos, contra cuerpos, que entre otras cosas, entran a un museo, agarran un cincel, o un lápiz y escriben un texto, como este, con la temeraria certeza, que escribir vale la pena, así como pintar un lienzo, tomar una foto, ya que puede potencialmente ser inminencia de alguna otra cosa que lo excederá (al texto, al lienzo, a la foto) Solo si se entiende, penetra, encarna,, su ser parte de un tejido, una trama, una “constelación”, como le gusta decir al curador. Ese sujeto, ese cuerpo, tal vez, y en el mejor de los casos, es el que en una de esas volvió. Un sujeto que aprieta –su cuerpo, se reconoce con cuerpo entre cuerpos, en conflicto, viínculo con ellos-, si es que de apretar o abarcar, mucho o poco, se trata.
Y te había hablado de algunos ejemplos. Y antes de seguir digresionando, voy a ellos, que, claro está, tendrán al tiempo y al cuerpo, o sea, a la (uf) lógica de largo-aliento, como su núcleo, digamos, condensador.
El primero refiere a una misma y gran sala, en la Bienal (de ella estábamos hablando, claro), que contiene, y por razones diferentes, dos importantes exposiciones de fotografías. Una, de August Sander, la otra de Hans Eijkelboom. El primero, ni tengo que decirtelo, el alemán que en los años 20 y 30 realizó un impactante (por lo cuantitativo, pero sobretodo –ya que número, en arte, es bien poca cosa- por lo, digamos, estético-sociológico) atlas, álbum, radiografía, y demás términos pseudo cientificistas que se nos ocurran, pero que no terminarán ni podrán nunca describir su monumental obra: la de retratar las personas, oficios, tipo sociales de la ciudad de Colonia (la alemana, claro) en tiempos de entreguerra. Me cuesta hablar de él, y eso que que doy una clase sobre un texto de John Berger que habla de Sander (El traje y la fotografía, en su libro “Mirar”) Y no solo porque Berger lo evoca, sino Walter, sí, Benjamín, en su “Breve historia de la fotografía”. Dejemoslo a él entonces: “Una observación (la de Sander) carente de prejuicios, atrevida y, al mismo tiempo, delicada, muy en el espíritu del Goethe que afirma:”Existe una forma delicada de lo empírico que se identifica tan íntimamente con su objeto que se convierte en teoría”. Y sigue diciendo, dando entender, lo que por otro lado siempre supimos, pero que no deja de causar extrañeza, y me refiero a las dificultades económicas que acosaron a muchos de los grandes artistas, y que nosotros aquí nosotros, espectadores emancipables, vemos sin más: “Sería lamentable que las circunstancias económicas impidieran la subsiguiente publicación de este extraordinario corpus…” Para rematar, cual presagio trágico, que “quizás, de la noche a la mañana, crezca la insospechada actualidad de obras como la de Sander. Desplazamientos del poder, tan inminentes entre nosotros, suelen hacer de la educación, del afinamiento de las percepciones fisonómicas, una necesidad vital. Ya vengamos de la derecha o de la izquierda, tendremos que habituarnos a ser considerados en cuanto a nuestra procedencia. También nosotros tendremos que mirar a los demás” Y de repente retorna la palabra “inminencia”, no de las (estas) poéticas, sino de una guerra que sí era y fue inminente. El uso del término, por Walter no deja lugar a equívocos, no es gratuito, es urgente, desesperado, vuelto carne. Y así todo, en ese estado de inminencia, él, Walter, presta atención a la obra de Sander, la que en gran parte se exhibe en esta Bienal (de inminencias anheladas), y dice, que ella nos permite aguzar percepciones, sobretodo la de mirar a los otros. Casi un grito sordo, del que ve el infierno, cual angelus novus, y pide, cuanto menos, veamos, aprendamos a mirar a los otros. Tal lo hacía un alemán, Sander, cuyo trabajo debió detenerse ante el avance del III Reich, régimen que además, apresa, confina y termina matando a su hijo, militante político.

La sala, la enorme sala, decíamos la comparten (que es un decir, porque el verbo “compartir” arrastra cierta necesaria idea de equivalencia, de igualdad, y vaya que es difícil encontrar alguna equivalencia posible entre estas dos propuestas) Sander y un tal Hans Eijkelboom, un holandés contemporáneo (contemporáneo a nosotros, y a Berger, no a August, ni a Walter –que lo hubiera ignorado olímpicamente, o tal vez se hubiese indignado por este “compartir” que la Bienal propone-)
Eijkelboom lleva a cabo el “mirar a los otros” que Benjamin reclamaba a partir de la obra de Sander, pero lo hace de un modo obsesivamente repetitivo, sistematizado maquinal, burlona, paródicamente, y en un supuesto discutir el consumo en serie de la sociedad contemporánea. Su propuesta consiste solo (y el “solo” aquí va sin reparos) en encontrar los mismos rombos, la misma campera, los mismos pantalones, etcétera, en distintas personas en la calle. Los centenares de fotos, las decenas de “series”, se emplazan en una larga pared, al lado, en la misma sala que las de Sander. No hay aquí retratos, con lo de construcción de vínculo que el retrato implica (claro, tiempo y cuerpo), sino fotos espontáneamente hechas en la calle.


Un mundo separa estas propuestas. La Bienal las auna, y al menos las dos veces que recorrí la sala, las fotos de Sander eran recorridas por mucha menos gente que las del holandés. Un mundo, decía, como lugar común, siendo dos mundos, dos épocas, dos artes, dos concepciones del arte, de la época, del tiempo y el cuerpo, lo que hacen in-dialogables estas propuestas. Y la Bienal lo intenta. Le hace a Sander “mirar” a ese otro, y viceversa, pero no se ven, no pueden verse. Y en este no percatar esta imposibilidad se expresa una propuesta, la de la Bienal, nuevamente, disculpame, la de la lógica del cúmulo. Al largo-aliento del proyecto sanderiano, y al “zapingismo” del holandés (y así, en esta reunión, de la bienal, en esta sala) los separa una brecha insalvable: la de un humanismo prospectivo, esperanzador, dialogador, con su época, con sus “modelos”, su mundo, en un tiempo que necesariamente debe hacerse fluir cadencioso, respetuoso (de sí, del otro, de proyecto mismo), y de un cuerpo, que propone, suspira, se dispone, se arriesga, pesa, existe (habrás percibido, estimada, que estoy hablando de lo que no puede ser la propuesta del holandés, y si es, maravillosa, experiencialmente es, la del alemán)

El segundo (contra)ejemplo sobre el que quería hablarte (un “contra” que intenta y como excepción oponerse a la inminencia des-inmiencializada de la Bienal), es el que reúne a Ali Kazma y Harun Farocki. El primero, turco, con una obra en la Bienal, el segundo, alemán, en Río, en la Casa de Helio Oiticica, en una conferencia, parte de un proyecto que está realizando a lo largo de distintas ciudades. Ambos con un trabajo audiovisual en torno al trabajo. Al segundo, claro, lo conocemos, al primero, yo al menos, no.

La propuesta de Kazma era a priori simple, como lo son muchas veces las propuestas disruptivas, aquellas que “solo” permiten ver lo que no se ve –y que estaba allí, a la vista de todos-. Y precisamente se trataba de ello: la filmación de una tarea, un oficio, en primer plano, y durante el tiempo “real” que dura la actividad. Así, uno se sentaba (porque había para sentarse) y veía la tarea de un, ponele, embalsamador. Desalienando la fetichización de la mercancía (digo en terminología marxiana), es decir, concientizar el trabajo humano detrás de un producto terminado. Pero no solo se trataba de una pantalla, ni de un oficio escudriñado, sino de seis (pantallas/oficios) y en simultáneo. Así, la propuesta, se entrometía también en la lógica del cúmulo, pero de modo crítico. Así como en la Bienal había varias decenas de propuestas artisticas en paralelo, opacándose de algún modo unas a otras, atosigando los sentidos de los “espectadores emancipables” (me gusta que aunque “por ahora” hayamos convenido en un término, tan esperanzador, como evidenciador de una virtualidad: nada como un espectador –ya- emancipado pudo verse acá –ni allá-, aunque qué punto de llegada estaría imaginando este concepto, después qué…) De ese mismo modo acumulado, pero en clave “denuncia” (incluso de la misma idea de cúmulo), y no de lo que le pasa a otros, y en lugares recónditos, sino a nosotros y en nuestros mismos espacios de trabajo. Pienso que me hubiera rendido a los pies de este turco (más allá que la figura no es de las más felices) si una de esas pantallas, hubiera reproducido lo que allí mismo ocurría, o sea, filmando a uno de los guías/vigías del arte: crítica pues a la alienación multiplicada, incluso, sobretodo, en la misma institución que acoge a la mirada crítica. Sí, ya sé, el arte y sobretodo el arte político (lo que hace más cínica la cuestión) mordiéndose la cola, permitiendo en su seno una autocrítica, y de ese modo desactivandola; sí, ya sé, esto ya lo vimos, y lo seguiremos viendo, pero este turco, con su propuesta, nos ubica en un lugar incómodo (siendo que me gustan las tensiones), el de saber que en ese preciso momento que contemplamos una obra “política”, aquello que desde un marxismo facilista criticaríamos, está ocurriendo, y en paralelo, y de modo acumulado. Y que nos interpela, en tanto trabajadores, y nos vemos allí, embalsamando, sin saber bien del todo por qué lo hacemos, para qué, ni qué se hará con esa emablasamado (claro, casi no hay mejor metáfora, no solo de mercancía, sino de objeto muerto que parece –solo parece- vivo, para hablar de aquello que cuasi alienadamente hacemos: textos académicos, al menos en su peor versión, la que queremos intentar redimir a través de estos otros –estos mismos- textos)
Y también “nos vemos alli”, (des)poseídos, sin vernos, cada vez que nos ligamos a alguna técnica, y sobretodo las que nos constituyen virtuales sujetos libres. Te escribo esto, desde mi computadorita en un balcón desde donde se ve el mar, o sea, y en mi caso desde un lugar de vacaciones. Así, mi vacacionar también está atravesado por una lógica productivista. Claro, me dirás, te diré (si es que vos no lo decís), “hago lo que quiero”, produzco materiales sensibles (en el mejor de los casos) inoculados por un modo de expresión de mis sensibilidades (por caso, pequeño-burguesas, auto-concientes, cristiano-marxistoides) Pero como no decir (decirte, pero decirme) que no sé hasta qué punto la introyectación de la matriz productivista no hace de mí, de mis prácticas, aparentemente libres, incluso cuestionadoras del ocio atroz, el de una rubia (por caso), que ya está marrón de estar día tras día tirada al sol sin hacer nada. Nada de nada.
Lo único que se me ocurre decirte (porque siento que tengo que decir algo) es que de este atolladero, se sale, como lo hace gente como Harun Farocki (y no solo a partir del proyecto que lleva adelante, el que presenciamos su versión Río, y que se acerca en algún punto al de Kazma: proponer filmar con plano fijo, y durante algunos minutos, escenas de trabajo, a realizadores noveles, en distintas ciudades, digamos tercermundistas, y hacer, así, y allá Sander, una suerte de atlas de la alienación posmoderna) Farocki, no como la contracara de Kazma, sino tal vez como su antecedente, y contraejemplo, decía de la (pseudo) inminencia poética bienalesca. Farocki, que en su primer film (El fuego inextiguible -1968-) se puso frente a cámara, y quemándose con un cigarrillo el antebrazo y dice que esto que parece espectacular y puede atraer al morbo, no es nada en comparación con las consecuencias letales que generan un grupo de científicos, que trabajan invisible, ocultamente (sobretodo en la absoluta visibilidad con la que lo hacen: frente a todos), en algún eslabón de la cadena de producción necesaria para construir una bomba atómica. Y me pregunto algo más, ¿en qué bombas atómicas estamos -sin saberlo del todo- trabajando? (que ni bombas, ni atómicas se llaman, pero que herederas cool de ellas son, y tienen efectos insospechadamente arrasadores sobre las subjetividades, por decir, avalando –por caso- el estado de disponibilidad perpetua a la que nos llevan obligadamente los usos sociales de las nuevas tecnologías, que entre otras cosas, confiscan nuestro tiempo y nuestro cuerpo) Y que lejos de alargar nuestro aliento, lo reducen a un gemido corto, seco y sordo.


Para terminar, esta extensa carta, te transcribo algunas otras cuestiones en las que estuve pensando.
Que inminencia es también, y casi (suplantando la i por la a) inmanencia. O sea, lo que se opone a trascender. Y que podríamos pensar estos términos articulados, es decir, las poéticas contemporáneas, aquí, en la Bienal, y de modo paradigmático están enmarcadas en una inmanencia de la inminencia. Que sería un “todo puede suceder, todo está por suceder”, pero que se vuelve sobre sí mismo. Y que el edificio donde está la Bienal, es una suerte de gran caja, que por fuera es cuadrada y cerrada (digamos, intrascendente), y por dentro tiene volteretas y es abierta, sin tabicamientos (todo allí puede suceder) Pero que así, lo abierto solo se da en lo cerrado del adentro. Y que en Balvanera lo traduciríamos en un: dentro de casa nos hacemos los locos, pero salimos a la calle y nos compartamos como unos señoritos (aunque en realidad en el barrio se iría un poco más allá, y dirían, como unas señoritas)

Y que nunca entendiste el uso de la palabra “canchero” (incluso compartiendo con vos tus críticas a ella, pero que en tanto literales no dialogan con el sentido de su uso) No te culpo. Y creo que no solo se trata de una cuestión generacional, sino –digamos, y ya que cité el machismo balvanerense- de género. Hay algo, te dije, olmediano en esta palabra, que me sigue causando gracia (una moderada y torpe gracia, a decir verdad) Algo de desplazamiento, opacidad, ridiculez, barrio, la conforma. Hacerse el canchero es tan ridículo como necesario, tan encubridor como tierno. Y recordé que hay un tango llamado precisamente Canchero, que revisándolo (pero que es esto, caramba, de “revisar” tangos), reafirmo lo antedicho de la cuestión “de género” (o como quiera que se diga actualmente esta “cuestión”), quedándome, claro está, y reivindicandolas, ya no irónicamente, solo con las dos últimas glosas. Sí, claro, Bioy Casares y eso del amor y el comentar el mundo.




VIII
Labour in a single shot  se llama la propuesta de Farocki creo, y -si vamos a ser sinceros- aunque confiamos en el futuro descenlce de tal propuesta,  lo que intentamos oír en aquella conferencia (en un confuso intento de traducción del mal inglés de Farocki al portugués entrecortado) fue cerca del grado cero, o pá decirlo a lo criollo “Farocki no tiró una”. Digo, en tanto una reflexión a cerca de esas imágenes, algo que las una, algo que las contraponga, algo…aun cuando alguien del público le preguntó (en realidad más bien sugirió) la importancia de volver a pensar el trabajo en la actualidad (en la post-postmodernidad? ¿O acaso una época que aun no tiene nombre…?), Harun no dijo nada de nada -así como la rubia de tu playa no hace nada de nada? O peor, porque él simulaba estar ahí para algo, para decir algo (“importante”, creímos y por eso decidimos quedarnos ahí adentro encerrados en vez de seguir recorriendo la ciudad) y en cambio ella se entrega a la nadeidad sin disimulos-. La mayoría de los videos que vimos de este workshop realizado en Río, convertían (o pretendían convertir) al trabajo en una situación graciosa, una parodia vacía diría -sin ánimos de ofender a nadie- es por ello que vimos un trabajador de un control de alcholemia, un hombre haciendo un castillo de arena en la playa, un papá Noel sacandose fotos con la gente, un hombre que fabricaba mini estatuitas del Cristo Redentor (creo que fue uno de mis preferidos). Me atrevería a decir que éstas propuestas poco tenían que ver con la del otro turco (el de la Bienal…).
Y, ya que hablamos del trabajo, me gustaría ahora pensar al arte como un trabajo. Un tema obvio pero a la misma vez “polémico”, ya que el arte suele estar asociado al “tiempo de ocio”, o a las personas cuya comodidades materiales les permiten “tener tiempo” de hacer arte (y acá volvemos a pensar en la temporalidad del que crea…).  En torno a esto me gustaría decir algunas cosas sueltas que recuerdo sobre el concepto (griego) de tekné (no tengo acá-en Bariloche, un “lugar de vacaciones” y en donde estoy en tiempo-calendario-de-vacaciones, y sin embargo no siento estarlo- mis apuntes de Informática y Sociedad –una materia a la que, por suerte, están cambiándole el nombre-). Lo que recuerdo - a riesgo de ser muy imprecisa- es que la tekné era ese saber-hacer, un saber práctico (qué lejos estaba de advenir el arte conceptual!) que unía tanto el trabajo artístico con la vida social, porque esa concepción del arte contenía dentro de sí la ética del buen vivir del mundo griego. Y en este sentido, una vez más, vuelvo a esa idea de arte/vida, de la experiencia artística sin una delimitación temporal, y por sobretodo, unido (inevitablemente, pero fundamentalmente e intencionalmente) a una postura ética. Es una responsabilidad entonces,  pensar qué noción de trabajo habita en el arte hoy, cuando hay por ejemplo artistas que “le ponen el cuerpo”-como los que ya nombré pero pienso acá como otro ejemplo en aquél artista peruano(¿) del que no recuerdo su nombre, cuyas pinturas expuestas en la Bienal parecían vacías, pero si uno las miraba con atención o miraba las fotografías que acompañaban la obra, notaba que aquellos cuadros habían sido “pintados” o menor dicho “marcados” con las olas del mar, las marcas del agua salada que, quedaban como huellas en la tela, digo esto porque me parece un bello ejemplo de ese “ponerle el cuerpo a la obra”- y hay otros artistas en cambio que le ponen el cerebro (que también es el cuerpo…pero…) como el famoso caso de Damien Hirst quien manda a sus colaboradores a hacer “sus obras”, digamos que más bien, él “las piensa” y crea así otra noción de trabajo/arte (y me pregunto, para repensar el fetichismo marxista que convocaste: ¿cómo será esa relación laboral? ¿Hirst les pagará un precio de antemano por su trabajo o dividirá la ganancia total de la obra-algunos millones- entre todos aquellos que colaboraron? ¿Por qué se valora más, en este caso, el trabajo inmaterial, la idea, que el trabajo de aquél que construyó con sus propias manos esa-por ejemplo- calavera de platino?).
Y, para seguir pensando estos entrecruzamientos entre trabajo-arte, recuerdo una imagen (en movimiento) de cuando el otro día fui a la marcha contra la mega-minería que se realiza desde hace un año, una vez por semana en Bariloche (siguiendo el ejemplo de Esquel). Nos juntamos en el Centro Cívico y allí se formaba esta potente imagen que combinaba, justamente, arte y trabajo: primero la estatua de Roca, que fue recientemente intervenida por el artista Tomás Espina, quien escribió en Página/12 un valioso texto. reflexionando sobre el qué hacer con esa estatua. Una reflexión ética y arriesgada, digna de ser leída, donde el artista expone su proceso creativo, sus dudas, sus desafíos y su complicada decisión (y ahí su riesgo de ser tildado de “roquista”) de no sacar o reemplazar la estatua por otra (como lo hacen otras propuestas) sino en hacer algo propositivo. La intervención consiste simple y contundentemente en un puente que pasa por sobre la estatua. El segundo elemento  que componía esta escena era que abajo del puente de Espina estaban acampando los trabajadores de la Cooperativa 1 de Mayo en protesta por ser acusados de los saqueos del 20 de diciembre (¡!). Y por ultimo,  los convocantes y convocados a la marcha, una marcha que se propone incorporar “elementos artísticos” como disfraces,  actuaciones, pintadas etc., compuesta de vecinos y un par de agrupaciones políticas (si mal no recuerdo sólo el MST y Proyecto Sur). Mucho habría por decir de esta conjunción que se dio aquella tarde en el Centro Cívico, y que yo recuerde, ni aun el 24 de marzo y quizá tampoco en el Encuentro Nacional de Mujeres vi una escena de tal potencia, y mucho menos en su estar cotidiano, donde este espacio suele estar plagado de turistas, perros san bernardo, skaters… (y chicas que miran a los skaters…claro).

Por último (y dándome cuenta que mis reflexiones sobre el arte-en-la-actualidad ya no giran tanto en torno a la Bienal de Sao Pablo…), quiero rescatar una afirmación que leí el otro día cuando fui a la inauguración de una muestra de una amiga en la Sala Frey (también en el Centro Cívico). En el texto curatorial escrito por una artista de acá, Ruth Viegener, decía-entre otras cosas- algo que me pareció muy sencillo pero necesario de ser mencionado: “una muestra de arte sin preguntas, no es una muestra de arte”.

IX
Tus reflexiones, una vez más, me interrogan. Este epistolario va llegando a su fin (así nos lo anticipamos, digo, mutuamente, y no por simple capricho de quien escribe), ahora desde Claromecó, acercándome a vos, y noto que algunas invariancias insisten, se constituyen como tales. Y pienso en la discusión nominal en torno al arte (quien, cómo y por qué nombra), en los parámetros experienciales que configuran una obra y/o una expectación (he allí el tiempo, el cuerpo, como conceptos fundamentales), y en “la pregunta por la técnica” (el trabajo, el bien-hacer, el arte y la vida) Te digo, me digo, que si estas preguntas son las que la Bienal nos deja, más no sea oblicuamente, no fueron en absoluto anodinos esos días dentro de la caja de zapatos (que va…). Y para enfatizar más esto último, tomaré la obra/performance/instalación participativa de Tartaglia -de lo que más nos convocó la susodicha Bienal- como ejemplo/excusa para condensar en ella un intento de explayar estas preguntas. No de responderlas, “tan solo” explayarlas, adhiriendo a la referencia última que haces, y de la que se puede trocar la palabra “muestra” por “texto”, y acá estamos, intentando hacer un “texto –epistolar- de arte” –con preguntas, como debe ser-.

La interrogación por la nominación de una época que hacés (“¿acaso –estamos en- una época que aun no tiene nombre?”), es una pregunta fundamental, en la que creo se basan todas las otras posibles respuestas. Decis post-postmodernidad, y decís parodia vacía (en los videos del workshop). Y esta última es la que caracterizaba (según Jameson) a la llamada postmodernidad. La post post, creo traería, si es que existe algo como tal cosa, una imposibilidad actual de la celebración (noventista, aquí en argentina) de tal vaciamiento. Y aquí me pongo (y estimo te sorprenderás) de algun modo optimista, aunque claro, tampoco tanto. Y pienso en el así llamado regreso de los relatos (pero cuándo fue que se habían ido), y pienso que aunque irónicos y semi-sin-sentido (al estilo de Historias Extraordinaras de Mariano Llinás) la obra contemporánea no puede tan gracilmente abjurar de narrar (o sea, de entramar signos en pos de un sentido). O como decía Deleuze sobre la fabulación esa necesidad de “construir un pueblo que falta”. Los fragmentos, el fragmentar, sirvieron para develar el dispositivo, para develarlo (en tanto) dispositivo, para develar una subjetividad fragmentaria (como si hiciera falta, diría nuevamente Grüner, desde Marx/Nietzche/Freud para acá vaya si lo sabíamos) Pero (porque) toda identidad requiere ser dispuesta en forma de relato (porque de ella, de la/una identidad,  estamos hablando, y celebrandola en su retorno –donde es que se habia ido, como pensar/ser desde/en el desierto-) Así, la post post…, entiendo, y la obra de Tartaglia así lo refrenda, sería, y esto va como apuesta, una era donde el sujeto cómico (que ya ni trágico, ni farsesco, ni paródico es), o sea, el sujeto quebrado en su vanagloriarse de la/su multiplicidad indeterminable, le deja necesario paso (desauciado como estaba en su nadidad, en su vacuidad) a un sujeto narrativo, narrador, narrable (Walter, una vez más, narrando el futuro) Y allí el viaje en combi que propuso nuestro compatriota, un paseo eminentemente narrativo. Donde lecturas de cartas, sonidos de una lejana Buenos Aires, retórica de una lejana (ahora cercana) Buenos Aires, se mechaban con relatos de un Sao Paulo invisible a los ojos (nuestros) que observan edificios, autos nuevos. Relatos sobre relatos, imbricados con imágenes de imágenes. Nuestros ojos paseados en combi, en ventanas al mundo paulista, conmovidos/determinados por esos sonidos, esas palabras, esas mixturas, apelando a nuestro saber/conocer/sentir. Convocados nuestros cuerpos así –nuestros cuerpos inmoviles de pasajeros de combi, pero cuerpos los nuestros afectados de oidores y avistadores de historias- a una experiencia de la experiencia, la de los parámetros tempo-corporales puestos “fuera de quicio”, fuera del quicio habitual de toda muestra de arte los ubica, o sea, re-emplazados, re-entramados, vueltos “cuerpo”.

Y es por ello que cuando me hablas de poner el cuerpo, yo te respondo con esto de los “parametros experienciales” como otra interrogacion fundamental. El autor de la Bienal que citas al respecto (el que pinta con agua de mar) forma parte del PPP (Productos Peruanos para Pensar), un colectivo formado por una sola persona, Alberto Casari. Y el cuerpo puesto allí, incluso el cuerpo del agua de mar apenas percibible, fantasmal, en el lienzo, se combinaba con un frase grafiteada en una de las paredes, en torno al lugar del artista.

 He allí, entonces, una referencia del discutir los conceptos desde donde se nomina, asociada a un poner el cuerpo, y a un pensar las lógicas de un tiempo, el del agua y su duración (en tanto expresión de una experiencia bergsoniana dada en el tiempo) Parámetros experienciales, que la obra de Tartaglia, como te adelanté, experimenta vitales, vivibles, trágicos, fabulados. Y es en la forma “relato”, o sea, en una cierta unidad, en la que tal experiencia se expresa. El relato, como lo abjurado por la lógica (post) del fragmento, pero lo inescapable, en un cotidiano de fluires perpetuos, y eternizadas disponibilidades multitask. El necesario recorte temporal, espacial, subjetivo, desde donde constituir identidad. Y su necesaria expresión (la de una identidad –claro, dada a lo múltiple, pero no vanagloriándose de su propia indeterminación, de su solo ser “diferencia”-) como el modo vital de eludir la angustia del ser post-post. Si la postmodernidad fue definida como una continuación excacerbada de las variables de la modernidad, lo mismo con la post-post. Es decir, las fetichizaciones de la vida cotidiana (intersubjetividades, tiempos y espacios, en su esplendor de virtualidad) llevadas al punto de lo invivible: hacer(me) tiempo, tocarte, vueltas experiencias fatalmente demodé.

Por último, pero no por ello menos importante, “la pregunta por la técnica”. Enunciando así, ahora, en Bariloche donde estoy, a pocos metros de donde estás, terminando este texto, respondiendo tarde –que más vale que nunca- a tu carta, lo que vos enunciaste en una importante pregunta (“¿Qué noción de trabajo habita en el arte hoy?”), que tiene al verbo habitar en su formulación, que en su resonancia experiencial, no puede ser mejor escogido. El viaje de Tartaglia nos llevó a las calles de Sao Paulo, nos sacó de la Bienal, nos llevó así al mundo del trabajo, al mundo de las relaciones, al mundo de las inquinas y de los amores, nos llevó, o sea, al mundo. Mundo mediatizado por su fabulado relato, por su intento de arrastrarnos al mundo de las fabulaciones. Y claro está, fabulación no en términos de una mentira, sino de ese (único, según Deleuze) modo en el que la unidad se nos expresa, acosada por la duda y necesidad de ser unidad, de seguir siendolo (“no podemos dejar de hacer grupo, a sabiendas de que todo grupo es imposible”, o algo así, dice Comolli citado por el convocado Gilles) Fábulas trágicas -lo que mal parece una contradicción- en definitiva, fueron las observadas por las ventanas de la combi (y en los videos del turco, aunque también en los dibujos de hombres-con-paraguas de las entrevistas de trabajo de –ese otro argento que nos interesó- Martín Legón) El trabajo, es decir, el modo de realización material del hombre (de todos y todas), mediatizado por el dispositivo arte, desde la combi, interrogado en su realidad/ficción, en su ser fábula trágica. Develadas historias de desplazados ocultas por nuevas arquitecturas, trabajadores de hoy interceptados por nuestro lúdico estar-en-la-combi escuchando musiquitas evocadoras.

     Dije “por último” en el último párrafo, lo que sobredetermina este texto que así llega al final. No sin antes volver (como se suele hacer) a una de mis referencias iniciales de estas notas, que fue la útlima de la tuya. Y que de modo simple atañe a la buscada no cosificación, no objetualización de este tipo de eventos (incluso, el modo en el que no se vuelvan meros “eventos”) Dijiste haber leido que “una muestra de arte sin preguntas, no es una muestra de arte”. Y me recuerda a algo que lei el verano pasado en Cartagena, en una biblioteca donde la gente mayoritariamente entra por su aire acondicionado, y se tira a dormir sobre la mesa, hasta que un guardia los toca y les dice que no se puede dormir ahí (una suerte de Guantanamo softly, que me recuerda también a esa romantica cancion killingme softly, que de repente cambia su sentido hacia uno de horrorosa pertinencia), leo en un libro que compila una colección de arte del Banco de la República: “la única historia que se puede construir a través de una colección, es la historia de la colección misma”. Por lo que he aquí, estas notas, este intercambio (nuestro) de notas, no tanto como apuntes sobre la 30 Bienal de Sao Paulo, sino como apuntes de nuestro intercambio, de nuestro vinculo, no solo epistolar.
Te ama, yo.